El número uno Se murió Luis . Hace menos de tres semanas. Sí, solo dos y media, aunque parezca que hace una eternidad. Se murió Luis. Así,...

El número uno

 

El número uno

Se murió Luis. Hace menos de tres semanas. Sí, solo dos y media, aunque parezca que hace una eternidad. Se murió Luis. Así, a secas. No hace falta decir nada más. No hace falta poner sus apellidos, ni su genealogía, ni sus títulos. Solo Luis. Porque a ningún cofrade de la ciudad de Almería le hace falta más para saber de quién estamos hablando; porque, de hecho, ningún almeriense necesita añadidos para saber a quién nos referimos. Se murió Luis.

Y lo ha hecho tal y como vivió sus más de ocho décadas: tranquilo, en familia y sin mucha algarabía (un beso infinito para Pura, Luisma y Raquel). Pero, eso sí, dejando un vacío inmenso en la familia soleana y en la Semana Santa de Almería. Hablaba con un amigo al día siguiente acerca de la valía de los que se están yendo y la de los que están llegando a este mundillo: que Dios nos coja confesados.

Luis ostentaba, entre otras muchas cosas, el puesto número uno como hermano de la Soledad de Almería. Y en este mundo en el que supuestamente todos somos iguales y valemos lo mismo, encabezar una lista por ser el más antiguo debería no ser importante. Pero, gracias a Dios, no es así. Sobre todo, porque cada uno somos distintos al de al lado, cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre. Y nos diferenciamos por nuestros actos. Y Luis era el hermano número uno por antigüedad y, más aún, por su valía.

Luis era el número uno abriendo la parroquia de Santiago, cual abnegado sacristán. Luis era el número uno acercando al sacerdote las vinajeras y el manutergio, cual pueril monaguillo. Luis era el número uno organizando los repartos de alimentos entre los más desfavorecidos, cual devoto misionero; Luis era el número uno encendiendo y apagando las velas de los cultos soleanos, cual infatigable pabilero con su caña; Luis era el primero atendiendo a los medios, cual enamorado de su cofradía y de su Virgen; Luis era el primero blandiendo la escoba y el recogedor, cual siervo de María; Luis era el primero recitando el Stabat Mater todos los Viernes de Dolores, cual barítono salido del mismo cielo; Luis era el primero delante de la Soledad por las calles de su ciudad, cual guardián de su devoción… Y todo esto (y mucho más) hasta muy poco antes de encontrarse con el Padre, incluso habiendo sido hermano mayor de su cofradía y presidente de la Agrupación. Ante todo, humildad.

Ahora Luis ya sabe. Ya conoce la Verdad. Ya ha confirmado que su fe era verdadera. Ahora el fundador Manuel de Bargas le estará contando cómo fueron esos comienzos en el siglo XVIII y Luis le describirá el altar que tenía la Soledad en San Sebastián. Ahora Bartolomé Carpente le estará relatando lo que les llevó a salir a la calle por primera vez y Luis le dirá entre chascarrillos la devoción que había en el barrio de las Perchas hacia la Virgen. Ahora estará junto a doña María, Juan Montoya, Juan Ramón, Juan Fernández, Fernando Torres y otros muchos hermanos soleanos que disfrutan de la compañía de Nuestra Señora de los Dolores. Y Luis estará ahora ahí en la Gloria, porque él siempre ha sido y seguirá siendo el número uno.

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